RESEÑAS Y ARTÍCULOS DE PRENSA
Algunos artículos aparecidos en prensa.
Afinada percepción
Francia otorgó al artista colombiano Pedro Ruiz la Orden de Caballero de las Artes y las Letras. Retrato de un hombre riguroso y retraído, cuya obra incorpora elementos kitsch y una mirada hiperrealista.
Una luz opaca se cuela por la ventana del estudio de Pedro Ruiz y parece mezclarse con las notas de Cosi fan tutte de Mozart. Allí, donde todo es pulcro -techos altos, acabados nuevos, una cocina abierta y moderna, butacas retro que se usaban en los diners de los 50, y una delicada disposición de cuadros y pinturas- se revela el espacio de un hombre riguroso.
Pedro, entrecano y con rasgos afilados, también irradia ese cuidado en el vestir. Ese refinamiento, esa minuciosa aprehensión de las cosas, es una señal importante al admirar su obra. Ambos, artista y creación, son impulsados por un perfeccionismo que lo hace afirmar, a pesar de una larga y prolija trayectoria, que no se siente consagrado. El camino del arte, que comenzó a los siete años cuando se dedicó a dibujar cuchillos, lámparas y objetos, seguirá siendo un asunto inconcluso. De niño y ahora de adulto, dibuja con precisión, de forma meticulosa, casi obsesionada con lo hiperreal.
De pequeño se sentía frágil frente a un mundo que le parecía difícil, denso y saturado. "Mi corazón me dijo que debía dibujarlo con riguroso realismo para no dejarlo escapar. Ser artista no era mi ambición sino como decía Pessoa, mi manera de estar solo", dice.
El impulso creador se mostró entonces como un deseo de salvación, de búsqueda permanente. Ruiz se empeñó en no hacer de su arte un asunto sensiblero y superficial. Aunque era un niño asustadizo, sus primeros trabajos fueron bien recibidos, especialmente sus desnudos femeninos que se vendían en los recreos escolares. "La clave estaba en aumentar ciertas áreas de la anatomía", recuerda en tono mordaz.
En su casa fluía la intelectualidad, pues su padre, un reconocido ex ministro, tenía un estudio abarrotado de libros. En ese espacio, uno de sus preferidos, Ruiz se entregaba a la lectura de El libro de tierras vírgenes, de Kipling, que le reveló uno de los principios claves de su arte: la naturaleza.
Contrariado al finalizar la etapa escolar, se negó a convertirse en artista. Se fue de la casa a vivir con amigos y tomó un trabajo modesto. Pasó hambre. Recuerda que un hombre con seis dedos, al notarlo, le cedió su sopa en una tienda, y que un mensajero de la empresa en la que laboraba le ofreció un plato de fritanga. "Fue hermoso ver cómo esas personas se preocupaban por mí. Allí aprendí que el mundo es más solidario de lo que parece. Algunos comentan que mi obra tiene un dejo de ingenuidad, pero más que eso se trata de una manera de ver el mundo". En otras palabras, se trata de ver lo bello en medio de la fealdad.
Con la mente más clara, Ruiz se embarcó a París donde estudió en la Escuela de Bellas Artes y. sin más resistencias, se convirtió en artista. Regresó en 1983, trabajó en una agencia publicitaria y presentó su obra al Salón Nacional de Artistas.
Más tarde, sería el mentor detrás de proyectos como la Biblioteca Natural -donde cada artista recibía un anaquel para reflexionar plásticamente sobre el conocimiento en Colombia y Chachachá, una tienda en la que se montaban pasarelas, desfiles y deliberaciones sobre moda. Luego hizo parte de Nadieopina, un colectivo que se proponía deshacer la imagen del artista como genio creador. De todas esas invenciones le quedó un sinsabor: el de sentir que no era un artista contemporáneo y de preferir, en cambio, lo retro, lo humorístico, lo kitsch.
De ahí nació Lave is the air, cuyo eje era repensar con humor la fumigación de los cultivos de amapola y el sentido del amor. En uno de los recintos de la exhibición, a oscuras, sonaba la canción Amapola de Los Panchos. Al llegar el bolero a su climax, las luces se encendían y muchas amapolas aparecían, pintadas sobre hojas arrancadas de revistas. "Era una reflexión sobre el amor real, el compasivo". Emblemas de aquella obra: pinturas de los campos fumigados y un soldado ataviado en un traje hecho de la flor roja.
Más adelante vendría Oro, la obra donde confluye con más vigor el imaginario de Ruiz. De nuevo en un recinto a oscuras, se observan 30 pinturas minúsculas, con fondos dorados, insertadas en guacales que parecen flotar en el aire. Para mirarlas es preciso usar la lupa que las acompaña. En cada una aparece una delgada barcaza, conducida por un pescador. ¿Qué cargan? Una, lleva una pintura de Carlos Rojas; otra, una iglesia de Cali rodeada de flores amarillas. Luego se suceden un tigre mariposa, ballenas jorobadas, guacamayas, guaduales, la letra de la canción Alicia adorada y la Catedral de Cartagena de Indias.
Después de 22 años de carrera, de exhibiciones individuales en Casa Reigner, en el Museo de Arte Moderno de Bogotá y en el Museo de Arte Moderno de Cartagena; de participar como fundador en varios proyectos colectivos; y de ganar con Nadieopina la convocatoria para las exposiciones de la Galería Santa Fé en 2002, Pedro Ruiz conserva una aguda y refinada percepción que le permite ver lo que otros no pueden. La prueba de ello está en Oro, que representó un retorno a la plástica realista, a un escenario interior que no ha cambiado, como su estudio. Es él, el propio Ruiz, solitario, refinado y riguroso.
Tomado de la Revista Avianca No.67, octubre de 2010
Tres Artistas de su Tiempo
Por María Margarita García
La obsesión de Pedro Ruiz era y sigue siendo la naturaleza. La base de su trabajo es su propia concepción del mundo. Su formación es la de un intelectual. Y aunque en una época se detuvo en las novelas de ficción, en los últimos ańos se ha dedicado a devorar ensayos de importantes sicólogos, filósofos y antropólogos. En medio de sus investigaciones, sus lecturas, su práctica como artista sin encasillarse en un medio o en un terna, se encontró con una fotografía de un elefante que era desplazado en una balsa. Aparentemente era algo insólito, pero normal en la India, cuya cultura también lo apasiona. "Allí ocurren cosas extraordinarias, y yo estaba buscando una forma de expresar el paisaje interno sin ir al surrealismo". Tal vez fue éste el punto de partida para crear óleos sobre papel y sobre tela, en los cuales alude al desplazamiento de tantos seres humanos en Colombia y el mundo.
Fue así como pintó una serie de paisajes que se desplazan en pequeńas balsas dirigidas por un boga. Se trata de matas de plátano, algunas de ellas bajo un rojo intenso que llega a relacionarse con la violencia. Sin embargo no son trabajos desgarradores, tienen cierta poesía y en ellos se advierten los detalles que han caracterizado sus obras. "Es un tema repetitivo de una persona cargando con un paisaje concebido como pertenencia, porque siempre que me he referido a la naturaleza, la he expresado en su relación con el hombre, con su paisaje exterior e interior". Éste es el hilo conductor de un artista contemporáneo dispuesto a tomar cualquier técnica para expresar lo que quiere. "Los materiales que usamos en el arte se volvieron conceptos. Yo trabajo con distintas técnicas como el video y la fotografía, y en diferentes formatos. Considero que un artista de este siglo no se puede limitar. Por lo tanto ya no me pueden definir como paisajista. Me parece interesante usar el potencial creativo que hay en este momento, respecto del manejo de lo que se considera arte. Yo trabajo con un grupo interdisciplinario de artistas, que me permite incursionar en otras áreas con una fuerte rigurosidad de los conceptos. Pienso que cada exposición es un proceso distinto". El grupo me permite trabajar lo que considero importante en el comportamiento humano, y alejarme del concepto de un artista reducido a su estudio que pinta cuadros cada vez más costosos y que se enriquece monetaria mente, y acercarme al de una persona que se siente obligada a preocuparse por los demás".
Como artista se formó en París, donde siguió el rigor de la academia y las pautas de los clásicos a pesar de apreciar en su entorno las vanguardias y la abstracción. "Lo importante es la relación del hombre con la naturaleza y de lo que ocurre en un país como Colombia. Se trata de restarle importancia a la manera de representar. En la exposición de Diners no reflexiono sobre la pintura sino sobre el concepto. Esto no quiere decir que haya dejado de lado la investigación plástica, pues en la muestra que realizaré en marzo en Miami, en la Galería Casas Riegner, reflexiono sobre el terna de la pintura".
Tomado de la Revista Diners No.407, febrero de 2004
Unicef Embajadores de Buena Voluntad de Unicef Colombia.
Pedro Ruiz, Carolina Cruz, Johanna Morales, Natalia Jerez, Aida Morales, Belky Arizala, Mónica Rodríguez, Marcela Carvajal e Iván Lalinde.
Bogotá, Jueves, 8 Diciembre 2016.
Desplazamiento interno
Desplazamiento interno
Pedro Ruiz presenta una serie de 17 óleos sobre papel titulada Desplazamiento. En ellas el pintor bogotano, de 47 ańos, insiste sobre un mismo tema, que alude al paisaje transportado en una barcaza por un boga. Los bogas, a su vez, reflejan las diferencias étnicas del país. Dice que es una reflexión sobre el conflicto armado en Co lombia.
"La idea básica es mostrar la situación humana, con aspectos que la violencia no puede tocar", dice Ruiz, que estudió bellas artes y grabado en París y, actualmente, hace parte del grupo interactivo Nadieopína. Son paisajes interiores que reflejan la parte emocional, que tienen como punto de partidaun árbol de banano rojo, pues la obra de este artista tiene como referencia permanente la naturaleza, en sus aspectos más sutiles.
María Cristina Pignalosa
Redactora de El Tiempo, 2 de febrero de 2004
Con ocasión de la exposición en la Galería Diners, 2004
Amor en el aire
Con títulos de canciones de amor, el artista Pedro Ruiz titula su nueva serie de acrílicos sobre papel o lienzo, que recrean la imagen de los cultivos de amapola siendo fumigados desde pequeńos aviones con glifosato.
Esta imagen común en el imaginario nacional, es revisitada en esta ocasión por el artista con un tinte romántico -de ahí el título Love is in the air (el amor está en el aire)- e irónico al tiempo que pretende hacer un llamado de atención sobre el desinterés por el medio ambiente y por lo que significa el problema de los cultivos ilícitos y los efectos de la fumigación
Tomado del periódico El Espectador, 13 de agosto de 2006
Blanco y negro
Por María Margarita García
En una tarde de invierno, encerrado en su estudio y en pleno diálogo con sus obras, Pedro Ruiz empezó a plantearse los problemas relacionados con su oficio de pintor. Quería llamar la atención a los ojos ciegos de quienes posan su mirada sobre los muros sin observar los cuadros, pues había palpado la llamada "crisis de la pintura" por un grupo de amigos y de jóvenes artistas que pasaban ante las obras como si estuvieran frente a una pared desocupada. Había notado en ellos una gran pasión por la fotografía y decidió experimentar hasta conseguir brillos, luces y sombras asociados a ese género pero sin salirse de los parámetros de la creación pictórica. Con esos elementos se introdujo en la situación actual del país, la ecología, el hombre y especialmente el amor. Se trata de obras en las cuales se advierte la estela del avión fumigador de plantas ilegales sobre el paisaje y las tierras colombianas.
Con sus acrílicos sobre papel se detiene en el paisaje y en su oficio y hace un seńalamiento sobre las acciones y la cultura de hoy. "Yo no tomo posición. Creo en la necesidad de investigar en las medidas convenientes para el país, como la de adelantar campańas para evitar el consumo de la droga. Esa es una manera de pensar en los demás. No se trata de fumigar la tierra, pues la solución está dentro de cada ser humano y mientras nosolucionemos el egoísmo que nos impide pensar en el otro, no avanzaremos. En ese sentido estoy de acuerdo con Jung, quien se refiere a la propia transformación del ser porque no se trata de cambiar al otro. En realidad es una posición idealista, y con mis obras, mediante la ficción, trato de seńalarlo y subrayarlo". En primera instancia se advierte una serie de paisajes aéreos en los cuales se percibe el manejo de la luz, la sombra, el detalle, elementos característicos de la obra de Pedro Ruiz en blanco y negro a la manera de la fotografía tradicional. "La fotografía avala, propone, se convierte en documento y en prueba. Eso le da cierta fuerza al proyecto".
Son trabajos alusivos a la conciencia social, la cultura, la ecología, la erradicación de conceptos adoptados como verdades absolutas. Ideas enlazadas a esa frase leída en el ploter con el cual se invita a recorrer la muestra: " El único mecanismo de su pervivencia es el amor", un amor que trasciende. Pero también son creaciones en las que están presentes la ironía y la contradicción, especialmente en las telas de colores con las amapolas en primer plano y los rojos que apuntan a la violencia.
Los acrílicos, la mayoría de formato horizontal, expresan la idea de la exageración del recorrido. "De todos modos es un planteamiento estético, pues el testimonio podría ser de otro formato, pero éste da la idea de prolongación".
A Ruiz le impactó esta frase de Tolstoi -aunque le parece un concepto difícil de lograr-: " El arte es válido en la medida en que deje algo positivo para la humanidad". Sin embargo, el artista soluciona su planteamiento plástico con lirismo. "Si tú quieres reflexionar, no lo puedes hacer si lo atacan. Mi intención es cuestionar la fumigación de plantas ilegales a ir más allá de los hechos. Por eso expreso el problema de una manera amable".
Tomado de la Revista Diners No. 436, julio de 2006
Brilla el lado más bello de Colombia
por Diego Guerrero
La exposición Oro, espíritu y naturaleza de un territorio, del artista Pedro Ruiz, deja en claro un par de cosas: una, que Colombia también es un país en el que hay belleza y remansos de paz en medio de la injusticia. Y dos, que en un medio artístico en el que pululan los trabajos de denuncia, que hablan -no sin razón- de la barbarie y de la indolencia que agobia al país, hay también espacio para que el lado bello de ese país sea plasmado en el arte.
La exposición que se inaugura el 29 de julio en el Museo de Arte Moderno de Bogotá muestra treinta cuadros en pequeño formato en los que la naturaleza y las costumbres se revelan enmarcados en laminillas doradas.
La obra hay que verla con lupa (hay una a cada lado del cuadro). La razón es que cada una mide 20 por 30 centímetros y esta hecha con un detalle que se acerca a la obsesión. Para colmo, son pinturas llenas de exuberancia y desbordadas en sus proporciones.
La línea conductora de este recorrido es el río, uno dorado, lo mismo que el cielo. En Oro las imágenes van a bordo de una canoa guiada por un barquero. Todo parece exagerado, algo macondiano, si se quiere: de las embarcaciones brotan decenas de mariposas azules de todos los tamaños y ballenas del Pacífico. Las canoas transportan una iglesia colonial blanca con su paisaje de árboles de flores amarillas; ventas ambulantes de cocos y minutos de celular con sombrillas que salen volando; un paisaje de la Sierra Nevada, la selva, una maloca con su techo gigante y un cuadro abstracto de Carlos Salas. Sobre el bote llueven mangos y la letra del vallenato Alicia adorada.
Tomado del periódico El Tiempo, 21 de julio de 2009
El Arte de lo Intangible
por Maria Margarita Garcia
Con pinturas, esculturas, fotografías y la disertación de antropólogos, intelectuales, historiadores y chamanes, Pedro Ruiz echa una mirada al inconsciente colectivo y al Conocimiento en su exposición Biblioteca Natural", expuesta desde mediados de marzo en la Galería Diners. (1999)
Sencerró en la biblioteca. Recorrió con sus ojos los cientos de títulos que su padre leía continuamente. Tomó un libro para observar las pinturas. Se extasió, igual que otras veces, con las obras de Botticelli. Pedro Ruiz, en sus horas de estudio, se quedaba viendo las reproducciones de las obras famosas de los museos del mundo y en otras ocasiones se inventaba historias para verlas en imágenes sobre el papel. Después salía de aquel salón y recorría su casa donde lo miraban insistentemente las obras de Lucy Tejada o se detenía para responder a la vibración del color que producía alguna de las pinturas que Eduardo Ramírez Villamizar había hecho en los ańos sesenta. Así, sin saberlo, se inició en un mundo fantástico del que no ha salido desde hace más de quince ańos.
Miguel Angel y Botticelli habían quedado en su memoria. Penetraron hasta tal punto, que al llegar a perfeccionar sus conocimientos de arte en la Ciudad Luz, visitaba los museos para volver a ver esas obras que tanto le habían impactado de nińo.
En la Escuela de Bellas Artes aprendió todo el rigor de la academia, logró expresar la fuerza del cuerpo humano, se coló en las clases de óleo -materia de la que había sido eximido- y siguió las pautas de los clásicos a pesar de observar en su entorno toda la influencia de las vanguardias y de la abstracción.
Su obsesión era y sigue siendo la naturaleza. La base de su trabajo es su propia concepción del mundo. Pedro Ruiz nunca ha sido un fanático de la pintura por la pintura aunque se ha dejado llevar por la emoción y por el instinto.
Su formación ha sido la de un intelectual. Y aunque en una época se detuvo en las novelas de ficción, en los últimos ańos se ha dedicado a devorar ensayos de importantes sicólogos y antropólogos. Con Jung ha logrado introducirse en las profundidades del ser humano y de su inconsciente colectivo. De la mano de la antropología ha ido, de una manera científica, hacia el espíritu. Bajo la influencia del libro El reencantamiento del mundo ha vuelto a la esencia y a reflexionar sobre la naturaleza y sobre la fragmentación.
Revista Diners No.348, marzo de 1999
Homenaje a Pedro Ruiz
Libro de arte de Seguros Bolívar
por Carlos Restrepo
Una de las mejores descripciones del artista bogotano Pedro Ruiz, de 54 años, es del poeta William Ospina, su amigo de juventud: "Tiene esa manía picassiana de andar interviniendo todo lo que toca, las sillas, los trajes, los objetos, y supongo que tendrá que haber alguien impidiéndole transformar en obras de arte los refrigeradores y las puertas, las vajillas y los espejos".
Así lo recuerda Ospina en la semblanza que escribió para el libro de gran formato de la tradicional colección de arte de Seguros Bolívar, que se publica a fin de año y que esta vez está dedicado a la obra de Ruiz. "Es un privilegio pertenecer a la colección", anota, emocionado, el artista, que esta noche presidirá el lanzamiento del libro en el Museo del Chicó, en Bogotá.
La vocación creadora es algo que Ruiz tuvo claro desde que era niño. "Mi papá fue un hombre que se dedicó a la cultura. Por consiguiente, la casa siémpre estaba llena de personajes y libros, y mis primeros pasos en el arte fueron a través de esos libros", cuenta.
Luego de graduarse en el Liceo Francés y de un paso fugaz por el Conservatorio Nacional y por una facultad de Arquitectura, viajó a Francia para estudiar grabado en la escuela Atelier 17, con la técnica del artista Stanley William Hayter, actividad que combinaba con sus clases en la Escuela Nacional de Bellas Artes de París. A su regreso a Colombia, y mientras consolidaba su trabajo artístico, Ruiz -leal a su manera de ser, curiosa e inquieta- trabajó como creativo en el mundo de la publicidad y fue coautor de la agenda El libro de los días, un clásico infantil, junto con su hermana Clarisa y la escritora Yolanda Reyes.
Luego vinieron etapas muy importantes de su trabajo, como Oro, Lave Is In the Air, Nadieepina, Biblioteca natural. Cuerpos pintados y Las alas de la memoria, que en últimas hacen parte de una sola reflexión sobre la inclusión y la igualdad, dos de sus preocupaciones principales.
"Mi temática -resume- es el arraigo del hombre por la tierra y una añoranza de volver a contamos a través de la naturaleza".
Ruiz "es jaguares y palmeras, canoas y capiteles corintios, bellas mujeres etéreas y muchachos que flotan a unos centímetros del suelo, papagayos y selvas, avionetas que dejan en el aire azul líneas de muerte, abigarrados campos de amapolas. La magia de un trazo de tinta que se desliza sobre el papel repitiendo las formas del mundo, de un pincel que transforma alegremente el lienzo en tierra de Ilusión", concluye Ospina.
Tomado del periódico El Tiempo, 21 de noviembre de 2012
Loto
Autor: Pedro Ruiz Correal
Técnica: Lamina de hierro pintada
Dimensiones: 130x152x152cma
Año (creación o publicación):2013
Aporte del artista al proyecto Aflorarte, de la Fundacion Corazón Verde 2013.
CRÉDITOS
Fuente: Aflorate - Fundacion Corazon Verde
Pedro Ruiz - Mundos Imaginarios
Entre amapolas y promesas rotas
Si Pedro Ruiz fuera un pintor de abstracciones, propondría aquí la lucha de los muchos matices del blanco con los muchos matices del verde, juegos de tensiones, de asedios, de avances y repliegues en lo indeterminado y en lo neutro. Y tal vez esas masas de fuerza y color podrían conmovernos con los halagos de la confrontación y del equilibrio. Pero Pedro Ruiz siente fascinación por las formas del mundo y prefiere un camino más arduo.
Lo arduo no es la forma en él, lo arduo no es la técnica. Puede ser, como dibujante, insoportablemente "correcto". Pero digo que ha escogido un arduo camino porque se atreve a confrontar algunas firmes supersticiones de nuestra época, que a veces no es menos maniquea que la Edad Media en lo que al arte se refiere. También ahora, como entonces, existe una realidad " grosera" y profana, que suele ser excluida de los incontaminados conventos del arte. De esa realidad le gusta a Pedro Ruiz nutrir sus sueńos y sus obras. Del espíritu de las historietas gráficas, de las revistas frívolas, de los evanescentes mitos del cine, de los fuegos fatuos de la propaganda comercial. Toda esa presurosa humareda de signos que flota continuamente ante nuestros ojos y que con la misma prisa cambia, disolviéndose en signos nuevos, parece constituir una realidad de segundo orden; está destinada, como los diarios, como los semanarios, como los vasos plásticos, como las emblemáticas cajas de cigarrillos, a la basura, a las melancólicas provincias de deshechos que infaman el mundo.
"No hay lugar de esplendor, ni oscuro rincón sobre la tierra, que no merezca una mirada de admiración o de piedad", escribió Joseph Conrad. En esas palabras está como cifrada la estética de nuestro tiempo.
Como Ray Bradbury, como todos nosotros, Pedro Ruiz creció en un mundo abrumado por los esplendores de las historietas y el cine; de Buck Rogers y de Titanes Planetarios; por el mundo perdido de Tarzán, por la conquista de la Luna y de Marte; pero también creció en el corazón de los trópicos, en la invisible vecindad de la selva amazónica en el vértigo de los Andes; y preguntándose, como cualquiera puede hacerlo, qué significan estas blancas torres esbeltas que se perfilan contra el muro verde de estos cerros, estas formas de la cultura enfrentadas al asedio de una naturaleza salvaje.
Con todas estas cosas, Pedro Ruiz ha construido sus mundos Imaginarios. Son templos y palacios inspirados en el Partenón y en Palladio, son la arquitectura del Renacimiento, las columnas y las balaustradas de Florencia y Venecia, no sólo trasladadas al desamparo de las selvas tropicales sino sometidas a los caprichos de la imaginación del pintor. Los muros se alzan hasta lo inalcanzable, los espacios se alargan opresivamente.
Pero es en nosotros donde significan y se enfrentan la blancura y la oscuridad, donde se oponen el orden y la confusión, donde el espíritu se refugia en frecuencias y en simetrías ante el asedio de las fuerzas primitivas. Es en este punto donde la pintura de Pedro Ruiz se aproxima a la de los románticos. Esto que vemos no es la realidad del mundo sino la realidad de un espíritu, la forma como el palacio de los Dogos, o la columna de San Marcos, o la columna de Vendóme, o las palmas del Quindío, o los oblicuos bosques del trópico se proyectan y se dilatan en su imaginación y en sus sueńos.
Algo quieren decirnos esos cuadros: algo que intensamente está en ellos. Y no es sólo una mirada al sesgo, como lo exige la época, sobre el ideal de la belleza como la concibieron Rafael o Canaletto: ese equilibrio profundo, grave, que interroga sus propios símbolos y que nos interroga. Es también una reflexión, y una toma de partido sobre nuestro desapacible presente. En una época trastornada por el escepticismo y por el culto snob de la monstruosidad, es reconfortante que alguien nos hable, con ironía, con destreza, de ciertos valores eternos. Que nos ofrezca estas nítidas imaginaciones, Estos mundos inquietantes y mágicos que no se parecen a la realidad cotidiana y que desde ahora formarán parte de ella. Desafiantes, porque hoy el orden es una forma de la rebeldía- peligrosos, porque también son formas de rebeldía la sinceridad y la inteligencia.
William Ospina
Tomado del Folleto: Gartner Torres Arte - 1991
"A todos nos vendieron la idea de que el amor está en todas partes y, lo que es peor, lo creímos" dice el artista bogotano Pedro Ruiz, quien cree que son las acciones concretas y no las baladas de música pop las que hablan verdaderamente del amor en todas sus formas e interacciones.
Así que en la muestra Love is in the air toma posición frente al narcotráfico en Colombia y se pregunta: "¿Qué pasó con todo ese amor que nos prometieron y nos prometimos, si cuando enfrentamos alguna contrariedad que nos hace tambalear, no la asumimos, culpamos a los demás y a lo primero a lo que acudimos es a la evasión que brindan las drogas?". Por eso, su instalación se mueve entre opuestos. Al tiempo que suenan canciones de enamoramiento, se ven pinturas con sembradíos de amapolas en los que sobresale una líneas blanca que deja a su paso un helicóptero fumigador.
En la exposición, también hay amapolas sobre páginas de revistas de moda, pues Ruiz asegura que "es tan artificial el deseo por la vida perfecta y lujosa, como las sensaciones que genera la droga". A ello se suman soldados cuyos uniformes están llenos de amapolas, pues, según él, los paisajes ya no son evocadores y bucólicos, más bien inquietantes por la acción del hombre sobre la naturaleza. Sin color Algunas de las pinturas de la muestra sólo tienen blanco y negro, pues Ruiz quería que cumplieran, como la fotografía en sus primeros años, una función testimonial sobre la desolación que dejan las fumigaciones en territorios reales, como la sabana de Bogotá o el Valle de Aburrá. Igual sucede con una serie de 99 dibujos, en lápiz y sobre las hojas de una libreta, que cuelgan de jeringas a lo largo de toda una pared de la sala. En ellos, abundan las reflexiones sobre la destrucción de la naturaleza, un asunto que, para Ruiz, está emparentado con las decisiones que toman consumidores, sembradores, deforestadores y vendedores. Sin conclusiones El artista asegura que no le interesa dar respuestas ni definiciones, pero sí está convencido de que, "como dijo Antoine de Saint-Exupéry, el escritor de El principito: 'Si queremos un mundo de paz y justicia, tenemos que poner la inteligencia al servicio del amor'. Del verdadero amor -reafirma Ruiz- de ese que no se puede poner sobre unos parámetros mesurables y que en realidad está en el aire; en la naturaleza que no interviene el hombre"
Publicación eltiempo.com
Sección Entretenimiento
12 de abril de 2011